'Baraka': una tergiversación de la modernidad
"'baraka': a blessing that is regarded in various Eastern religions as an indwelling spiritual force and divine gift inhering in saints, charismatic leaders, and natural objects"
- Merriam-Webster's Dictionary
¿Habrá más puntual evidencia de la genialidad y el dominio del lenguaje visual que tener a 'Baraka' en el resumé de uno? Por cierto, no la hay. Este documental de una hora y media aborda temas y procesos tan notoriamente complejos como la urbanidad, la explotación de recursos naturales, la explotación animal, y la modernidad - con la salvedad necesaria de que durante la totalidad de su duración se prescinde de cualquier tipo del lenguaje... A pesar de esto, 'Baraka' es una pieza locuaz, muy tendenciosa sobre todo, aunque muy sutil en su expresión. Mas si es una pieza que habla sin decir palabra, hay que admitir que, en ese sentido, estamos frente a una obra manifiestamente lacónica, lo que añade a ese aire enigmático y abstraccionista que permea el documental. Dicen que una imágen puede decir más que mil palabras, pero si tienes a Ron Fricke detrás de la cámara... bueno, pues ni te empeñes en contarlas. El uso de la música y el sonido es ingenioso, y amerita mejor análisis que el somerísimo estudio que yo logré darle aquí [1]. Mas, si no fuera porque, en materia de estética, este documental sobrepasó mis expectativas y hasta alzó la bara, probablemente no me gustara tanto. Quiero decir que estoy en desacuerdo con muchos de los planteamientos que en 'Baraka' se esbozan.
ATISBOS A LA COMUNICACIÓN VISUAL EN 'BARAKA'
La 'sutileza' expresiva de la que hablé en el párrafo anterior radica en que el lente de Fricke no es acusadamente prescriptivo, es decir, no emite juicio sobre lo que ve - sino que es más bien descriptivo y sugestivo. La premisa es sostenible, sobre todo, cuando nos valemos de la invisibilidad, la presencia casi imperceptible de la cámara frente a lo que graba. Esto le da un toque de lejanía científica, neutralidad, con cual el lente trata a sus sujetos (o, dicho de otra forma, la total indiferencia que muestra el entorno y el sujeto hacia la presencia de la cámara). Es casi estática; de muy parcos y lentos movimientos; y que de querer otro punto de vista, acude radicalmente a otra toma por completo. El lente de Fricke, en vez de ponerle palabras en sus bocas (si se me excusa el anglicismo), se convierte en un mediador de sus sujetos. Él quiere proporcionarte el canvas sensorial tal y como se encuentra, sin imponer explícitamente un punto de vista. Los sujetos hablan por sí solos. "He aquí una fábrica", te dice, "con sus incontables trabajadoras fabriles, amontonadas densamente, liando cigarrillos. Atiende a sus caras inexpresivas, concentradas; oye el cuchicheo eterno, ininteligible; siente el tabaco en tus dedos, la madera gastada en tu palma; aprecia la destreza manual de estas mujeres."
Pero esta supuesta imparcialidad es una ilusión. La 'forma' de una pieza artística, por ser inherentemente idiosincrática, inexorablemente implica un contenido idiosincrático. En esta ocasión, la forma idiosincrática del filme está un tanto más camuflageada -se disfraza de objetivista-, pero eso no para de desvelar la visión particular del director. Reitero: los sujetos hablan por sí solos - pero sí que hablan. Por ponerlo de una manera algo contradictoria con lo que acabo de decir (pero que resulta más clara), las posturas de Fricke están implícitas en lo que muestran; y no necesariamente en cómo, cinematográficamente, lo muestran [2]. En rigor, la objetividad -en cualquier quehacer artístico- es una ilusión. De la misma manera que hay juicio crítico y por lo tanto subjetividad en el proceso de decisión del fotógrafo y el pintor al incluir y excluir elementos de su encuadre, el cinematógrafo también hace manifiesta sus inclinaciones cuando filma esto y no aquello. Es por esto que la jovialidad aparente del corillito de niñitos no quita peso a su contexto, que es que viven en un arrabal pobre. O las trabajadoras fabriles, que laboran en malas condiciones, y probablemente a cambio de un salario nefasto. O la monotonía robótica, casi vertiginosa, del trabajador de equipos electrónicos. Fricke pretende meramente mostrárnoslo, pero va más allá al mostrarnos eso en particular.
Será difícil no sentirse conmovido, afligido y hasta indignado al ver a aquellos pobres pollitos, con sus caritas dolidas y desconcertadas, siendo arrojados apáticamente, inspeccionados bruscamente y quemados con total crueldad. Para mí lo fue, sin duda. Y quizá tú tengas los ojos llorosos, pero, para los efectos, Fricke permanece inexpresivo: los rostros de los 'malhechores' trabajadores [3] casi ni se muestran, manteniéndolos anónimos; la música de fondo, si no resulta inapropiada por demasiado alegre, entonces sirve de mero 'background music' (es decir, que no reacciona al contenido explícito). Se trata de un acercamiento básicamente documentario, con el que se examina al sujeto. (Solo es necesario buscar en YouTube cualquier video de propaganda vegana que muestre pollitos machos siendo triturados, para notar el contraste en el uso de los elementos audiovisuales.) Aun así, ¿no es bastante obvio lo que nos quiere decir Fricke al mostrarnos esa serie de tomas específicamente: al mostrarnos que los arrojan y les queman los piquitos?
Un ojo sagaz debió notar el sutil seccionamiento del documental, y el propósito de cada una de esas tres partes (aproximadamente de media hora cada cual). En la primera, se enaltece la naturaleza y las culturas tradicionales o no modernizadas, donde la religión, la superstición y el ritual aun rigen la vida social. (Remítase a cómo, en su retrato de estas sociedades, Fricke decide mostrar a sus integrantes casi siempre tomando parte de alguna actividad ritual, o en un espacio presumiblemente religioso.) Se señala la relación saludable y recíproca que guardan con la naturaleza, donde ésta aun posee su original 'pureza', libre de la intervención humana significativa. La segunda sección comienza a partir de la escena en que una motosierra está picando un árbol, en el minuto 31:05. (¿Y qué manera más contundente de articular un giro narrativo que con una imagen tan cargada de simbolismo como la caída de un árbol?) No sorprendendemente, esta segunda parte es una tentativa de envilecer la modernidad, junto con todo lo que ella implica: la explotación natural, animal y humana; el ritmo imposible de la vida urbana; conflictos bélicos sangrientos, etc. A partir de la primera hora de rodaje, empieza la tercera parte. Si entendemos este seccionamiento como algo intencional y sugerente de una cronología evolutiva, entonces la última parte verse como comunicando la fundamental perennidad de la naturaleza frente a cualquier obstáculo, séalo humano o propio. Ahora, ¿cómo articula Fricke estas líneas tan nítidas que él mismo trazó? Escudriñemos un poco.
Note, lector, en un primer plano, la cantidad de veces que Fricke decide darle el privilegio a un animal o persona de una toma íntima; es decir, una toma donde se enfoca únicamente en el sujeto, una de esas que te dan a conocer al animal o persona a nivel individual. Sobresale el hecho de que en la primera media hora del documental -la ya discutida parte en que, francamente, se simplifica y distorsiona la vida bucólica y la naturaleza- hay muchas más de estas tomas que en las secciones posteriores, donde ya figura la vida moderna. Ciertamente aquí hay cierto mérito estético que le podemos atribuir a Fricke. Toda la secuencia de tomas que se supone representen la modernidad (la segunda parte) está ejecutada magistralmente. Piense, por ejemplo, en la progresiva rapidez de las tomas en esa sección, que aluden al sofocante y vertiginoso ritmo de la vida urbana. La densidad en los trenes, en las escaleras eléctricas y en las calles, todo esto también alude a ese maremágnum sensorial y espacial que inunda al urbanita. La consecuencia natural de vivir en un contexto tan sobresaturado como ése es el anonimato; y, en efecto, Fricke logra recrear esta dimensión impersonal de la urbanidad precisamente con la falta de intimidad que hay entre sus sujetos y el lente. Y con los pocos urbanitas que se nos premite tener una encrucijada, ésta siempre resulta precaria y fugaz. Fricke nos presenta un trabajador engabanado soñoliento, cabeceando en los asientos de un tren, pero lo vemos desde afuera, por entre el tumulto y dinamicidad de la estación. Conjeturamos un joven 'commuter' mirando hacia fuera de la ventana del tren, pero de súbito nos pasa otro tren por alfrente y lo perdemos de vista. (minuto 44:38) Vemos a otro urbanita engabanado en la cera, secándose el sudor, inquieto, lo vemos con su librito en mano mientras espera, presuntamente, por la guagua o por la señal de 'cruce' - pero, de nuevo, estamos en el otro lado de la calle. Luego una señora: la empezamos a conocer desde la estación mediante la ventana, cuando de pronto se la lleva en propio tren (minuto 39:11). En otras ocasiones, Fricke sugiere intimidad sin dárnosla del todo: nos da una toma exclusiva de una trabajadora, absorta en sus labores... Pero la velocidad de la grabación es simplemente demasiada como para 'conocerla' de cualquier forma.
Contrástese ahora con la primera sección, donde el ritmo es más sosegado. Piense en una de las primeras tomas, donde Fricke nos permite digerir el entorno, hasta que vamos 'zooming in' hacia aquel ocioso monito, relajándose en unas aguas termales, y cuya cara resulta tan enigmática y matizada como la de cualquier humano. Esta proximidad -tanto física como espiritual- conduce al espectador a cierta empatía que solo es posible si el director lo concede - como es evidente en cuanto vemos el tratamiento de la modernidad por Fricke, donde su lenguaje visual no fomenta ese tipo de conexión. "¿En qué estará pensando ese monito?", nos preguntamos, inevitablemente, cuando notamos sus ojos introspectivos y serenos... Hasta que, algo cómicamente, se queda dormido: cosa de la que todos seríamos víctimas, nos encontrásemos en tan deleitosa coyuntura. Y es precisamente ese acto de dotarle de cierta humanidad al sujeto que provoca atractividad e induce proximidad. Este modus operandi cinematográfico se mantiene constante hasta la escena de la caída del árbol.
EL ANTIMODERNISMO DE FRICKE: UNA VISIÓN DISTORSIONADA
Me temo que 'Baraka' incurre en cierto simplismo en su mensaje. Por lo que habrá que ser un tanto precabidos aprehendiendo esa cosmovisión binaria (y quizá hasta exotizante) que sugiere Fricke, de que la naturaleza, el bucolismo y el primitivismo son mejores y más puras; y que la modernidad simplemente rezuma de guerras, arrabales, campos de concentración, ciudades impersonales, contaminación, deforestación, explotación, etc. (Esta, al menos, es mi interpretación de la pieza.) Se trata no de una crítica imprecisa per se, sino de una crítica muy selectiva de la modernidad, por lo que me parece desacertada.
UNA BREVE APOLOGÍA POR LA MODERNIDAD, Y UNA NOTA AL MISÁNTROPO
Solo es necesario poner nuestra cotidianeidad en su debido contexto histórico para extrapolar que, comparativamente, no tenemos nada que envidiarle a las culturas no modernizadas, ni a los monitos ociosos filosofantes que se relajan en piscinas termales (aunque, de hecho, eso no suena tan mal). Es quizá fácil romantizar el bucolismo, lo tradicional y a esa feroz madre naturaleza (a la cual todo ser viviente teme, excepto los urbanitas modernos, aparentemente), desde el aire acondicionado. O partiendo de imaginarios consumibles e inverosímiles que uno ve en Instagram acerca de la vida en el Amazonas o en el Sahel, o en el Tíbet, o en la ruralía Japonesa, o en las aldeas más recónditas del Medio Oriente. Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde, pues ¿no es la propia modernidad la que te facilita exponerte a documentales y puntos de vistas como los que ofrece 'Baraka'? ¿No es ella misma la que te permite leer mi reflexión y tú redactar la tuya; la que nos ofrece las herramientas para cuestionar y pensar críticamente sobre nuestro propia situación, en el contexto de una universidad llena de gente inteligentísima? ¿No es gracias a ella que podemos discutir y poner bajo escrutinio esas ideas con personas mejor capacitadas que uno (entiéndase, profesores), y de ahí sentar las bases para el cambio, sea en el ámbito personal o en el político? ¿No es gracias al internet, por ejemplo, que mucha gente puede informarse (aunque también malinformarse) y aprender fuera de las aulas? ¿No facilita el internet también el activismo político? ¿Qué de los privilegios del agua potable, la comida en la nevera (del hecho que tienes nevera), el carro, la electricidad? ¿Qué del sufragio universal y los derechos de la mujer y de la comunidad LGBTQ+ recién adquiridos? ¿No hay cientos y cientos de científicos, estudiosos y diseñadores capacitadísimos, dedicando todos sus esfuerzos a avanzar tecnologías pro-ambiente, o desvelando maneras de convertir las ciudades más humanas? ¿Qué de los avances en salud, de la creciente expectativa de vida? ¿Recordarás que las ciudades, no hasta hace poco, ni tenían infraestructura de alcantarillados, y que eran semilleros de enfermedades, y malolientes y antihigiénicos?... Entre millares de otros ejemplos de los privilegios de la modernidad.
Aun en los páises más desarrollados, no fue hasta los otros días (históricamente hablando), que la persona promedio podía vivir una vida digna. ¿Cuán atractivo, entonces, resulta el mundo premoderno en realidad? Hoy tú vives mejor que el monarca más rico y poderoso de todo el Medioevo. Yo me quedo donde estoy; no cambiaría mi posición temporal ni geográfica por nada del mundo... Sin que nada de esto quiera decir, por supuesto, que deberíamos conformarnos con el statu quo. Esto es importante decirlo: una apología por la modernidad no es una justificación ni trivialización de todos los males que debe enfrentar el humano moderno, sino un ensalzamiento, una defensa y una constatación de la coyuntura tan habilitadora, prometedora y comparativamente más cómoda y saludable en la que nos encontramos. Fricke hace una labor realmente ejemplar mostrándonos lo que hace falta mejorar, pero me parece injusto exponer solo lo malo, como si eso conformara la totalidad de la modernidad. Lo que quiero decir es que la cosmovisión que propone 'Baraka' está incompleta, y que sería injusto juzgar el mundo mediante su lente distorsionado.
Soy optimista, en algún sentido: veo la modernidad con ojos anhelosos; creo en la fundamental bondad del ser humano, y en su infranqueable ingeniosidad. Por lo que soy también -si se me permite el anacronismo semántico- filántropo.
Cometemos (y seguiremos comitiendo) muchos errores, pero solo así somos capaces de aprender... Eso es lo importante: agudizar el ojo para los errores y estar siempre dispuesto a recibir crítica y a mejorarse: a aprender. Si algo nos dice la historia, descarriado misántropo, es que la humanidad -a veces torpe, a veces increíblemente cruel, otras veces inconmesurablemente bondadosa e inspiradora- es en el fondo resiliente. La respuesta a las malas condiciones urbanas no es la eliminación de lo urbano (cosa imposible, al fin y al cabo), sino la reconciliación entre la naturaleza y la presencia humana. Y retos más grandes ha tenido que enfrentar esta noble raza.
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Notas al calce:
[1] A propósito: no debo ser el único, pero quedé absolutamente enamorado del repertorio musical de 'Baraka'.
[2] Ya sabemos que la respuesta a ese 'cómo' es: 'neutralmente' o 'imparcialmente' o 'científicamente'. Pero -de nuevo- esa neutralidad, siendo irremediablemente forma, pasa a ser contenido.
[3] En realidad es altamente cuestionable el acusarles de malhechores a los trabajadores. Hablo desde la ignorancia, pero dudo que persona alguna se ofrezca voluntariamente a labor tan cruel, sino estando en una situación de necesidad... Habría que indagar un poco más en las condiciones de esos trabajadores.
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